DOMINGO 4º DE CUARESMA-C- (Lc 15,1-3. 11-32)
Narrador: En aquel tiempo se
acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle, y los fariseos y
los letrados criticaban a Jesús porque acogía a los pecadores y... ¡hasta comía
con ellos! Entonces, Jesús les contó esta parábola:
Jesús: Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre:
Hijo menor: Padre, dame la parte
de la herencia que me toca, pues quiero vivir mi vida.
Padre: ¡Hijo! ¿Lo has pensado
bien?
Hijo menor: Sí y quiero que me
des lo que me corresponde.
Padre: ¿Es que te falta algo a
nuestro lado? ¿No tienes lo que necesitas?
Hijo menor: ¡No! Quiero salir de
aquí y vivir mi vida, hacer lo que me da la gana. ¿Te enteras?
Padre: Está bien, hijo, si ese es
tu deseo...
Narrador: El padre les repartió
los bienes. No muchos después, el hijo pequeño, juntando todo lo suyo, emigró a
un país lejano. Allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Hijo menor: ¿Quién quiere
divertirse? ¡Venga, animaos! ¡Tengo mucho dinero! ¡Mirad, mucho dinero!
Amigote1: ¡Aquí estamos, amigo!
Compartiremos tu alegría.
Amigote2: Vamos a divertirnos.
¡La vida es tan corta!
Narrador: Vino entonces por
aquella tierra un hambre terrible, el dinero se había terminado, y empezó a
pasar necesidad.
Hijo menor: ¡No me queda nada!
¡Lo he gastado todo con vosotros!
Amigote1: ¿Y a mí qué me dices?
Ya tengo bastante con mis problemas.
Hijo menor: ¡Tienes que ayudarme!
Estoy solo y lejos de mi casa.
Narrador: Tanto le insistió a un
habitante de aquel país, que le mandó a cuidar los establos.
Amigote2: Está bien, puedes cuidar
mis cerdos. Pero...¡cuidado con comerte sus algarrobas! Quiero a mis cerdos
bien gordos.
Hijo menor: ¡Cuántos jornaleros
de mi padre tienen abundancia de pan y yo aquí me muero de hambre! Me pondré en
camino a donde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus
jornaleros”.
Narrador: Se puso en camino a
donde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se
conmovió; y echando a correr se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Hijo menor: Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Padre: Sacad enseguida el mejor
traje y las mejores sandalias para mi hijo. Matad el ternero cebado.
Celebraremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido,
estaba perdido y lo hemos encontrado.
Narrador: Y empezaron el
banquete. El hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver a casa vio el
jaleo de la fiesta y oyó la música, los criados estaban muy atareados y no
entendía lo que pasaba.
Hijo mayor: ¿Qué pasa? ¿Dónde
vais tan deprisa? ¿Qué música es ésa?
Criado: Ha vuelto tu hermano y tu
padre nos ha mandado preparar una fiesta. Tu padre está muy contento porque tu
hermano ha vuelto sano, y ha mandado matar el ternero cebado.
Padre: ¡Entra, hijo, entra! Tu
hermano ha regresado.
Hijo mayor: ¡No!
Padre: ¿Por qué? ¿Es que no estás
contento?
Hijo mayor: ¡Cómo voy a estarlo!
Siempre te he servido, nunca te desobedecí y jamás me diste un cordero para
comerlo con mis amigos. Y a este hijo tuyo que lo ha malgastado todo, le das el
ternero cebado.
Padre: Hijo, tú estás siempre
conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo
estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado.
Elaborado por: Fr. Emilio Díez
Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández
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